Andaban riéndose, despreocupadas, hasta parecían felices. ¡Menuda noche! ¡Qué manera de hacer el ridículo! Y a la vez, ¡ qué experiencia más divertida ! Sobre todo para las totalmente novicias en estos menesteres. Qué bueno reírse de uno mismo; y saber que lo que pasó en aquella sala oscura se quedaría entre aquellas paredes y memorias selectivas, y seguramente, en su mayoría, desmemoriadas.
¡Qué gusto andar ligero de equipaje! No tener nada en la mente, nada de objetivos por delante; ninguna mochila llena de piedras o de pesadas cosas pendientes por detrás. Bueno, seguramente habría muchas, pero en ese preciso instante, la mente no daba para tanto, no llegaba tan lejos. Hasta el peso de la consciencia se había ido a dormir.
¿ Sería esta la sensación que vivían los pájaros nocturnos ? ¿ o no ? Ligereza, inconsciencia, frivolidad, trivialidad, fogosidad, toda una apariencia de felicidad, o lo que está tan de moda, … ¿ cómo se llama ?, humm… ¡Ah sí! “Vivir en el aquí y en el ahora”
La comitiva del Karaoke seguía deambulando por esa estación que no parecía tener fin.
Escuchando y dirigiendo la atención a este otro registro, no se referirían a eso.
-La gente, de día es muy aburrida.
-Lo divertido es ir allí donde nadie te conoce para poder hacer el tonto. Nada de cantar en salas cerradas, a escondidas, sino delante de todos. Vas para pasarlo bien, a disfrutar, a hacer el chorra. Nada importa.
-De día, a la luz del sol, todo pierde su encanto.
-Cierto, de día todo el mundo quiere hacerse el interesante, darse bombo. Empezando por plantear temas políticos, actualidad económica, hablar de ello muy seriamente, aunque en el fondo acabe pareciéndose la conversación más a una tertulia del Hola. Pero eso sí, ceño fruncido, aire de sensatez y responsabilidad, poses de rectitud para subrayar la importancia y gravedad de todo lo mencionado. Una reputación que proteger. En fin, temas, por cierto, sobre los cuáles pocos harán que mejore nada.
Todos se lamentaban de vivir a diario ese blablablá que aburre hasta decir basta, esa demagogia que hace perder un tiempo inestimable, irrecuperable. Ese vacío que llega a generar tristeza, sí, tristeza. No sólo porque vivimos en un constante ruido veloz, sin fondo, sin sentido real, si no porque, cada uno de esos valiosos minutos perdidos aleja a todos de los espacios de la alegría de vivir, de la esencia y plenitud.
Cruzando aquella estación, tan iluminada como desangelada con esos focos deslumbrantes y blanquecinos, realmente no importaba nada, no era el momento.
Se jugaba a un intercambio de blablablás, animado a la vez que divertido sobre el esparcimiento nocturno y la mesura diurna.
La pandi del Karaoke se iba estirando y divergiendo por el largo y ancho pasillo de la estación. Algunos se contaban historietas, otros intercambiaban bromas, o comentaban los días pasados juntos, alguien hablaría del choque cultural, de ese convivir entre la tradición y el futurismo y, quién no contaría algo de su vida y de su familia, echando ya de menos a los suyos en esta corta distancia temporal.
Refugiarse en la noche… una alternativa que seguramente muchas de la pandilla del Karaoke no se habían planteado desde hacía tiempo, cuando su cuerpo se fue acostumbrando a otro ritmo, y reclamando la cama. Olvidar, al menos por un momento, como Mafalda gritando “Paren este mundo que me quiero bajar”;
Por un instante no rellenar ese vaso invisible que se suele ir cargando poquito a poquito de algo de rabia contenida. Ese vaso que en algún momento se transformará en una bomba de relojería y salvación.
Hoy no sería el caso, porque todas habían estado gritando a pleno pulmón en la sala oscura de un Karaoke japonés, como locas : “¡ I will survive !”.

No se sienten olores para anclar en la memoria los recuerdos. ¡Qué extraño! Oh sí, ahí hay un lugar, una pecera de uso exclusivo para dos personas; un confinamiento donde poder fumar. Una vitrina donde poder sentirse humillado, como aquellos convictos que se exponían antiguamente en las plazas de los pueblos.
Llegaron las escaleras, andaban arrastrándose ligeramente, para las horas de la noche en las que estaban. Unas y otras miraron con deseo, ansiedad dónde podrían estar las escaleras mecánicas, con tal de no volver a sentir el gemido de sus rodillas entumecidas.
-¡Ahí está!!
La locura transitoria llena de risas se fue atenuando. Al salir de la estación la pandilla fue entrando en la oscuridad de la noche poco alumbrada por la farolas. Las voces se fueron tamizando y el cansancio pareció ir abrazando a todas y cada una de ellas, dejando un regusto de satisfacción y camaradería, lo necesario para tener unos felices sueños.
Johny Walker